Época: Reinado Isabel II
Inicio: Año 1833
Fin: Año 1868

Antecedente:
Demografía y sociedad

(C) Germán Rueda



Comentario

La idea generalizada de que la sociedad española del XIX hasta los años setenta, apenas si tuvo cambios importantes procede, en mi opinión, de una anacrónica actitud que pretende encontrar modificaciones semejantes en el siglo XIX a las que hubo en el siglo XX y a la comparación inadecuada de la evolución española con la que se dio en países de un grado y ritmo de desarrollo distinto, especialmente los anglosajones. Por otra parte, la imagen de una sociedad muy arcaica en la España de la Restauración, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, llevó a la interpretación de que difícilmente se podría haber dado cambio.
La realidad es que un atento análisis de los censos que tenemos desde 1797 hasta 1877, únicos que podemos tomar para poder analizar el conjunto del reinado de Isabel II, nos orientan al doble sentido de cambios y constantes.

Cambios que, sin entrar a juzgar si fueron positivos o negativos para muchos individuos de la época, son de suficiente entidad para sentar las bases de una transformación mucho más profunda y general que se dio en la sociedad española del siglo XX. Constantes en otros muchos aspectos que, por inercia, pueden llevar a considerar la sociedad española como atrasada y con escasa vitalidad en contraste con la que por entonces hay en algunos países especialmente avanzados del mundo occidental.

Con los presupuestos anteriores se pueden advertir algunos aspectos especialmente claros:

1. Aproximadamente el 86% de los españoles de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX vivía en poblaciones de menos de 10.000 habitantes. Si tenemos en cuenta solamente las de menos de 5.000 habitantes, veríamos que el porcentaje sería aproximadamente del 76% en 1787 y del 77,5% en 1860. Esto no quiere decir que no se hubiese dado en estos años un cierto grado de urbanización en España. El crecimiento de algunas ciudades especialmente de la costa fue considerable. Este crecimiento se hizo a costa de otras ciudades del interior que bajaron de población y de las poblaciones entre 10.000 y 5.000 habitantes que en el período 1787 a 1860 habían pasado de tener el 10% al 8% de los habitantes españoles. En 1860, este porcentaje era muy semejante el 85,5%.

2. La población que vivía del campo había descendido desde principios del siglo XIX a 1877 de un 70 a un 60%. Es decir, que quienes vivían de trabajos de servicios e industriales habían aumentado en un 10%, lo que se traduce en cerca de un millón seiscientas mil personas si tenemos en cuenta el crecimiento demográfico.

3. Predominaban los analfabetos, especialmente entre las mujeres, al sur del Tajo y en la España rural. Sin embargo, no era igual a principios del siglo XIX que en los años setenta. Los índices no ofrecen lugar a dudas, como veremos detalladamente más adelante. El descenso fue de casi un 20% y fue más acusado entre las mujeres que entre los hombres, aunque la diferencia seguía siendo enorme: en 1877 un 85% de las mujeres eran analfabetas frente a un 65% de los hombres.

4. A lo largo de las primeras décadas del siglo XIX se observa una preponderancia de las clases bajas, próximas al 65% a principios del siglo, pero que tiende a ir disminuyendo muy lentamente.

5. Consiguiente debilidad de las clases medias, que en las primeras décadas del siglo XIX comienzan a incrementarse con diversos grupos. Aumenta la clase media en relación con los años precedentes si bien sigue siendo reducida. Se amplían sobre todo en las capitales de provincia y pueblos grandes, casi siempre coincidentes con las cabezas de partidos judiciales.

6. La burguesía de los negocios es muy baja en número, pero crece. De acuerdo con los resultados del Censo de 1860, de no fácil interpretación, la burguesía de los negocios representa aún una pequeña parte en proporción al resto de la población aunque se ha multiplicado. Los comerciantes y las personas dependientes de ellos, son cuatro veces más desde 1797 a 1877. Obviamente, en su mayoría eran minoristas, pero los mayoristas se multiplicaron paralelamente.

7. Aumenta el porcentaje de labradores autónomos, especialmente en la España situada al norte del Tajo y el Segura. En la Meseta Norte se percibe el fenómeno con más claridad que en otras zonas de España. Varios cientos de miles de antiguos labradores arrendatarios y pequeños propietarios que a principios de siglo se podrían situar en las clases bajas, gracias al proceso desamortizador, se consolidan y mejoran hasta formar parte de las clases medias y unos pocos de la burguesía de los negocios.

8. También, como consecuencia de la desamortización, en unión de otros fenómenos, especialmente al sur del Tajo-Segura, otros cientos de miles de pequeños labradores y jornaleros van a tener más dificultades de trabajo (pierden los arrendamientos y las tierras comunales) y se convierten en jornaleros. La imposibilidad de que la agricultura pueda absorber a esta nueva mano de obra incrementada por el crecimiento demográfico lleva a emigrar, antes o después. Ya en la primera mitad del siglo XIX, se constata una cierta movilización de la población campesina que emigra a la ciudad. Por el hecho de que la inmensa mayoría de la población española del siglo XIX vive en el campo, esta modificación no es tan importante en el mundo rural como en algunos núcleos de población urbanos beneficiarios de esa afluencia de habitantes que se dedicarán a la industria y los servicios.

9. Como se ve en el estudio de la economía de la época, y siempre en términos relativos, hay un claro avance industrial en algunas zonas españolas, todavía reducidas. A partir de la imbricación de ambos fenómenos se puede observar el nacimiento (en Barcelona y sus alrededores) del proletariado industrial. En este mismo sentido, hay que citar la demanda de mano de obra de la construcción del ferrocarril, que constituirá también un nuevo tipo de proletariado muy parecido al industrial. Mientras que en el Censo de 1797 los que se dedican a la industria relativamente moderna son unas pocas decenas de miles de personas, llegan a 190.000 y 210.000 en 1860 y 1877 respectivamente.

10. Los eclesiásticos y sus auxiliares disminuyen bruscamente. En relación con el Censo de 1797, en 1860 y 1877 el clero secular es un tercio menos en números absolutos, pero combinándolo con el crecimiento de la población el resultado es que ha pasado a menos de la mitad: Un sacerdote por 160 habitantes a uno por más de 400. Mucho mayor aún fue la disminución de religiosos.

11. El descenso del clero no afectó al clero parroquial ni a las parroquias, que permanecieron con un número muy semejante en casi ochenta años. No sólo se trataba de la cura de almas: tampoco los médicos aumentaron. Tanto los curas parroquiales como los médicos eran unos 21.000 y 14.000 a principios del siglo y una cantidad similar en los años setenta. La institución permaneció, aunque probablemente con más trabajo. Al sustituir a su colega anterior, cada cura o cada médico tendría que atender a más parroquianos o enfermos.

12. Se modifica sustancialmente el peso social de la nobleza. Este fenómeno afectó tanto a los hidalgos, que se verán desposeídos de sus privilegios del Antiguo Régimen, como a la aristocracia titulada que, además de perder los beneficios que conllevaban señoríos y derechos fiscales, frecuentemente derrochará su patrimonio, lo que llevó a un empobrecimiento de algunas casas. Su influencia y poder eran aún abundantes en las primeras décadas del siglo XIX, pero esta realidad no debe confundir respecto al declive más o menos lento.

13. El ejército y la armada arrastraron los efectos de las sucesivas guerras acumulando un excesivo número de jefes y oficiales, que venían a representar una proporción de uno a dos con respecto a la tropa. El conjunto del Ejército, desde principios del siglo XIX hasta 1877, salvo los períodos de guerras como la de independencia o la carlista o momentos concretos, estaba compuesto por unas 150.000 personas, de los que aproximadamente 10.000 eran de la Armada. De los 150.000, un tercio eran oficiales y profesionales y en torno a 100.000 soldados reclutados habitualmente por el sistema de quintas.

14. Los empleados públicos civiles casi se triplican en número entre 1797 y 1877 y son bastantes más del doble por habitante entre esas fechas. El Estado, tomado en su conjunto, no tendrá la misma fuerza y servicios que en el siglo XX, pero tampoco sería justo no apreciar el cambio que se ha producido.

15. Algo semejante ocurre con el número de profesores de enseñanza media y universitaria, estudiantes, abogados, técnicos civiles y otras profesiones liberales. Su incremento es un indicador de la multiplicación de la actividad en sus respectivos ámbitos, aspectos que se han multiplicado por dos.

No hay que pensar que la sociedad española se ha transformado profundamente. En cualquier caso, no conviene exagerar los cambios. Si no todo fue invariable, hay que admitir que la transformación española es más lenta e inestable que la que, paralelamente, se está dando en el mundo occidental. Los censos de 1860 y 1877 muestran claramente que aún estamos en una sociedad preindustrial, con una inercia básica en nuestra evolución social. Lo determinante de la sociedad es que continúa habiendo una amplísima base de clases bajas que en su mayoría habita en medios rurales. Predominan, e incluso se han incrementado, los tradicionales tipos de jornaleros y criados del campo. Efectivamente, el emplazamiento geográfico de la población y la distribución por actividades económicas nos trasmiten la imagen de una sociedad ruralizada.